July 25, 2025
La madera y la arcilla se trabajan con atención, destreza y cuidado. Convertirlas en un instrumento, en una forma útil y bella o en cualquier artefacto con alma, que sirva y permanezca, requiere de un acercamiento sensible y, a la vez, una práctica constante de acción y visión. En la labor manual se encuentran las terminaciones nerviosas que provienen de ambos hemisferios cerebrales. Tal vez por eso apreciamos tanto los objetos que provienen del trabajo dedicado de un artesano que, con la paciencia de los días, ha creado algo a mitad de camino entre la técnica y el arte. Es por esto que, aunque nos hayan dicho que el liderazgo nace del carisma, de un talento innato extraordinario o de una existencia predestinada, realmente se parezca más a la labor constante de un alfarero o de un carpintero que, día a día, asumen su oficio con minucia y atención. Saben que jamás harán la obra perfecta; comprenden que quizás su oficio permanezca casi siempre anónimo. Y, aun así, cada mañana entran a su taller, miran sus herramientas y a sus compañeros de oficio con cariño y emprenden su labor generosa y dedicada sin más ambiciones que terminar el día con una obra más en sus manos. Richard Sennett, en su libro El artesano, dice que “la gente puede aprender de sí misma a través de las cosas que produce”. No solo aprendemos de lo que hacemos. También lo que hacemos nos transforma. Si vemos el liderazgo como un ejercicio artesanal, entenderíamos que habilidad y ética son inseparables, que nuestro trabajo es una manifestación expresiva de nosotros mismos, que siempre es un buen momento para encontrar mentores, que nunca podemos perder de vista nuestras imperfecciones o limitaciones y que la práctica diaria pesa más que la perfección ocasional. Descubriríamos, además, que no todo es inspiración ni reconocimiento: hay días para ordenar herramientas, barrer el polvo, iterar y atrevernos a ensayar lo desconocido. El liderazgo consciente es un oficio que se va puliendo, como cualquier artesanía, bajo manos capaces de sostener un proceso de integración. ¿Será entonces esta época nuestra el momento de reconectar lo que nunca debimos separar, cuerpo y mente, movimiento y reflexión, poesía y pragmatismo? No convirtamos al liderazgo en un ideal fijo e intimidante. Dejemos atrás el modelo del macho alfa que todo lo sabe y nunca se equivoca. Vivamos el liderazgo con la presencia y entrega de Beppo Barrendero, ese personaje entrañable de Momo, el libro de Michael Ende, que barría una calle larguísima concentrándose solo en la baldosa siguiente. O con la determinación y paciencia de Jane Goodall quien, durante décadas, observó, cuaderno en mano, a los chimpancés en Tanzania. O con la creatividad y finura del Pibe Valderrama, que, con su mente tranquila, su mirada certera y sus pies sabios como las manos del mejor artesano, hacía del fútbol una obra de arte que deleitaba a todo un país. Como ellos, una chef no se despierta pensando en su “meta a 10 años”, sino en el plato que va a preparar hoy, en cómo hacerlo mejor que ayer. Un profesor no enseña distinto porque lo estén mirando. Una alfarera no cambia la danza de sus manos con el barro según su cliente. El artesano sabe que el valor está en la calidad de lo que crea, no en el tamaño del escenario ni en los apellidos del público. No está desesperado por escalar posiciones, sino que celebra la tarea bien hecha. En ese gesto simple está la excelencia. Y de esa excelencia nace la creación de valor, el verdadero servicio que transforma sociedades y culturas. “Solo somos felices cuando creamos”, dice el sacerdote y escritor Pablo D’ors. Un líder con espíritu de artesano comprende que su primer trabajo de afinado es consigo mismo. Se cuida, se forma, se piensa en su propia aventura de ser, fluir e iterar. No divide el trabajo entre lo que le gusta y no le gusta: se acerca con curiosidad a cada parte del proceso, sabiendo que ahí, en la repetición paciente y la atención, se va revelando su propósito. Ama las dificultades y las ve como hechos apenas naturales, como una veta en la madera o un grumo en el barro que se escurre entre sus dedos. Invitemos a luthiers, ceramistas, alfareros, bordadores y herreros a que nos enseñen a nosotros, gerentes y líderes del siglo XXI, que lo esencial está justo al alcance de nuestras manos. Ellos entienden que la maestría no llega de golpe, que una pieza de calidad requiere tiempo, disciplina y entrega. Asumámonos como artesanos de nuestro propio liderazgo y reconozcamos que la sociedad, las instituciones y las empresas son obras vivas, siempre en evolución y pulimiento. Lo más probable es que, en ese camino de devoción, encontremos que el sentido está en afrontar nuestro humilde oficio con esa mezcla de amor y rigor que habita, desde siempre, en el interior de los más antiguos talleres. David Escobar Arango Director de Comfama